La lógica es inherente al hombre. Desde su nombre científico “homo sapiens” (hombre
que piensa), el ser humano considera como su principal diferenciador evolutivo la
capacidad para razonar y, gracias a ello entender el mundo.
Los griegos desarrollaron los primeros acercamientos formales a lo que consideraban la
manera correcta de pensar. Las distintas escuelas de filosofía griega elaboraron
conceptos y depuraron las formas de inferir o deducir conclusiones.
A mediados del siglo II A.C., los romanos derrotaron a los griegos en la batalla de Corinto,
la conquista bélica de los Quirites tuvo como consecuencia el imperialismo de la cultura e
ideas Helénicas. Grandes abogados como lo fueron Cicerón o César se esforzaron en
conocer la lógica y métodos de argumentación que se enseñaban en Atenas.
A más de dos mil años de distancia, la relación entre la lógica y el derecho continúa
vigente. La capacidad para argumentar y razonar de manera lógica resulta indispensable
en la formación del abogado, resultando imposible hablar de un vínculo entre conductas y
supuestos jurídicos sin recurrir al instrumental que la ciencia de la lógica proporciona.